por Pats Saucedo
El espacio es más que una coordenada geográfica; es una referencia repleta de significados, memorias y emociones. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha tejido su identidad a partir del entorno que lo rodea, interpretándolo a través de su propia experiencia y de su narrativa colectiva. Mientras la arquitectura nos da contexto del espacio, el arte lo retrata o lo reinventa.
¿Y por qué hay lugares que nos atrapan? ¿Será la narrativa que los envuelve o es la semiótica de su espacio? Pienso en los jardines persas, que organizaban el mundo en un microcosmos utópico; en los museos, esos espacios atemporales que juegan con la cronología; o en las instalaciones contemporáneas que reconfiguran la experiencia habitual del entorno con nuevas capas de realidad, usando dispositivos tecnológicos.
Me llaman la atención esas arquitecturas que no sólo ocupan el espacio, sino que lo redefinen y lo convierten en un punto de referencia emocional. Cuando relacionamos un espacio con el concepto de arte, es difícil ignorarlo, pues el arte siempre ha sido un generador de heterotopías, es decir, aquellos espacios de ensueño que se convierten en utopías materializadas.
La parroquia de San Miguel Arcángel lo ejemplifica, no es novedad mencionar que es un icono y el fenómeno social en el que desemboca, personalmente, me recuerda a cómo los girasoles siguen al sol para recibir un poco de su luz, pues su arquitectura se alza sobre la ciudad con una presencia que no busca sólo impresionar, sino elevar la mirada, dirigir la atención hacia el cielo, hacia lo infinito. Desde la plaza abierta hasta el interior de la parroquia hay un cambio de atmósfera: el ruido del mundo exterior se transforma en el eco pausado del templo. Quien entra, deja atrás una realidad y accede a otra; aquí convergen el arte, la fe, la historia y la identidad de un pueblo.
Hogar del arcángel San Miguel, que no es un santo pacífico: es un protector y un guerrero que vence al mal. Esto resuena con el carácter histórico de la ciudad, que jugó un papel crucial en la lucha por la independencia de México.
Su diseño parece fuera de lugar, casi como un elemento de realismo fantástico que convierte a San Miguel de Allende en un escenario literario; su fachada fue obra de Zeferino Gutiérrez, quien no era un arquitecto de academia, sino un creador inspirado que imaginó y reinterpretó la arquitectura neogótica en su propio contexto, incluso sin conocerla físicamente, por lo cual me atrevo a decir que su obra no fue un acto de ingeniería fría, sino de fe y de intuición. Esta construcción es muy inspiradora y, como creadora multimedia que soy, sería raro que no me despertaran las ganas de retratarla, buscando experimentar un fragmento de su magia. Decidí retratarla en realidad virtual —porque esta parroquia no se puede delimitar en ningún sentido—, ya que este formato permite observar la pieza anulando el punto de vista fijo, descentrando al espectador y disolviendo los límites de la perspectiva visual, de esta forma si exploras la pieza a través de un visor, puedes habitarla. Es aquí donde la tecnología no sólo nos muestra nuevas realidades, sino que redefine la forma en que concebimos la realidad misma. La Realidad Virtual (VR) nos ofrece una nueva forma de experimentar: no se trata de sustituir la experiencia tradicional, sino de ampliarla.
Quizás lo más interesante de la parroquia es que su permanencia no está en su piedra volcánica, ni en sus infinitas maneras de retratarla, sino en su capacidad de seguir siendo relevante, de seguir inspirando, de seguir siendo el epicentro. No sé tú, pero a mí me es difícil imaginar a San Miguel de Allende sin su parroquia.

Comparto un QR que los lleva al video de mi pieza en realidad virtual, Sketch Parroquia S.M.A.
