Opinión > La literatura: prótesis inevitable

234

Por Rodrigo Díaz Guerrero

Últimamente he abrazado la idea de que el gusto por la lectura no se hace, sino se descubre. A todos nos gustan las buenas historias, desde el formato más trivial, como el chisme o los chistes hoy prácticamente sustituidos por el meme, hasta los formatos de gran producción como el teatro o, por supuesto, el cine. Sospecho que es algo natural y desde luego prehistórico —basta recordar las pinturas rupestres que narran las antiguas cacerías o los rituales religiosos—, y por lo tanto inevitable. Juan Villoro, en su conferencia sobre La Conciencia Creativa, menciona al miedo como la voz narrativa de la angustia, entendiendo que, por ejemplo, la paranoia nos obliga a explicarnos qué puede estar pasando, como si inconscientemente llenáramos los sesgos de información respecto a lo que nos perturba, con narrativa generada en automático: te encuentras caminando por una calle oscura y alguien camina tras de ti, el “genio” en nuestro interior hace de las suyas, susurrándonos al oído ciertas posibilidades que el lector podrá imaginar. Y ¡ahí lo tienes!, una minificción en cuya creación la voluntad tuvo poco o nada qué ver. 

Una vez reconociendo ese gusto innato que tenemos por las buenas historias, ¿qué mejor que entrarle a las que se construyen con talento? Las mejores historias están en los libros. Donde, además, hay una cadena de voluntades involucradas para que la historia contada se despoje de imperfecciones, que el ritmo sea adecuado, que atraiga la manera de su presentación y que, entonces, su contenido sorprenda e incluso desafíe.

Las historias perturbadoras siempre me han llamado la atención, supongo que son las que siento que más me desafían. ¿Qué haría yo si me encontrara en tal o cuál situación? En lo personal, escribir fue atender la paranoia. Los primeros meses que llegué a San Miguel de Allende, mi abuela vivía en Barranca y recurrentemente tenía que subir por la calle de Correo, donde empecé a generar estos juegos mentales que seguramente muchos hemos tenido: no pisar las rayas de la banqueta, etc. El mío, consistía en, al escuchar que un carro se acercaba a mis espaldas, elegir un poste, transeúnte, letrero o lo que sea, y tener que llegar a él, antes que el carro en cuestión pasara a mi lado, sino algo malo podría ocurrirle a un ser querido. De ahí me nació la oscura creencia de que, si confeccionaba en mi mente tragedias a detalle, de alguna manera las cancelaba como posibilidad en la realidad. Y comencé a escribirlas. Luego le agregué personajes y conflictos cada vez más largos e intrincados. Hoy, además, estoy seguro que el ejercicio literario nace de algún evento de la cotidianidad que nos inquieta. Un tema que elegimos, como si fuéramos gambusinos de acontecimientos, para sublimarlos a través del arte. 

Y puesto que toda narrativa nace de la cotidianidad —suele decirse que la realidad siempre superará a la ficción—y el sentido último de los acontecimientos siempre nos será ajeno, la duda se vuelve un elemento imprescindible: la duda de uno mismo, de lo que hace; la incertidumbre plena y llena que hace que las posibilidades sean fértiles, que el abanico que despliega la vida en sus diferentes tonos sean, de una u otra forma, atractivos y, que por ello, nos mantengan en movimiento, alentados por la curiosidad insaciable de, al menos, imaginar cómo pueden ser las cosas de otra manera. 

Si acaso hay un orden místico en la vida, es evidente que nuestra percepción no ha logrado llevar al terreno de la razón esta naturaleza; mientras tanto, nos queda reconocer los recursos con los que contamos, para arrojar luz al fragmento del todo que logramos o creemos lograr comprender desde nuestro caótico fluir por la existencia.

En estos recursos se halla la literatura, como una especie de prótesis que nos da alcance con todo aquello que pudo ser, en otros tiempos, en otras latitudes, en otros mundos donde bien podemos ser un caballo degollado trotando en medio de una batalla medieval, o ser una criatura etérea capaz de hacer que las galaxias exploten. Consumiéndonos en el fuego del incendio que es la novela, o en la explosión que es el cuento y la poesía; siempre tras la experiencia estética, ese momento sublime en que a través de las grietas de la realidad, en la que toda historia se inspira, se vislumbra la sospecha de que en verdad, puede haber un orden místico orquestando todo.   

Además, como declaró en una entrevista E. L. Doctorow —y que Fadanelli recupera atinadamente en su libro Meditaciones desde el subsuelo— cuando le preguntan ¿para qué sirve la ficción?, contesta: “los relatos nos enseñan las leyes de la comunidad y distribuyen el sufrimiento. A través de las historias, el individuo siente que su sufrimiento puede ser comprendido por los demás”.

Related Articles

españolSan Miguel

Sabor y Vida > Restaurante Cañita: cerveza, vinos y picaduría.

Por: Josemaría Moreno Restaurante Cañita abrió sus puertas al público de San...

EnglishOpinión

Opinion > Literature: The Inevitable Prosthesis

By Rodrigo Díaz Guerrero Lately, I’ve embraced the idea that a love...

españolSan Miguel

San Miguel entre el pasado y el futuro

Por Francisco Peyret Fotografía por Lander Rodríguez Durante la segunda mitad del...