Alicia Lopez R.
Mientras los europeos sufren una de las peores olas de calor con temperaturas que superan los 40°C e incendios forestales incontrolables, la mayoría de los mexicanos experimentamos frescos inesperados para un verano, causados por fuertes lluvias torrenciales que marcaron un record de 252mm en la Ciudad de México, donde además las inundaciones sorprendieron a la mayoría. Acompáñame en este texto para contarte cómo los hombres tienen la culpa de estos desastres naturales.
No, claro que no. Lo que sí vamos a discutir es cómo estos desastres naturales están relacionados con el calentamiento global y con un sistema socioeconómico que se sostiene a través de la explotación, no sólo de los recursos naturales, sino también de la población más vulnerable, especialmente las infancias, adolescentes, indígenas, y mujeres. Esta idea no es nueva, pero fue hasta los 70 y 80 que las revoluciones feministas y ambientales le pusieron como nombre ecofeminismo, culpando la crisis ecológica al extractivismo, al colonialismo y al patriarcado.

Para esta corriente, los líderes capitalistas –casi todos hombres– cosificaron la naturaleza como un “recurso” a dominar, igual que a las mujeres, con el “progreso” como valor masculino, positivo y necesario para la sociedad. De allí la vuelta al nombre de la “Madre Naturaleza”, una figura no sólo femenina, sino sabia y criadora, pero que supone una dualidad inexistente. Estas asociaciones son culturales: se decidió que el cuidado era trabajo femenino porque al capitalismo le convenía tener trabajo gratuito para sostener al sistema, aunque la excusa fue biológica. No hay una visión romántica de la “Madre Naturaleza” en el ecofeminismo, sino un constante cuestionamiento al hombre que se beneficia del sistema capitalista mediante la explotación de todo lo que le rodea.
Que la culpa sea de los hombres es, obviamente, una exageración. No todos los hombres son responsables, pero el sistema que diseñaron —y del que muchos se benefician— sí: el 90% de los CEO de petroleras son hombres y los gobiernos que subsidian combustibles fósiles están mayoritariamente liderados por hombres. El mejor ejemplo es Donald Trump, actual presidente de EUA, quien retiró dos veces al enorme país del Tratado de París, desmantelando normativas de protección global y privilegiando a los combustibles fósiles, aduciendo una “crisis energética”, pero sabiendo que estas acciones ya han llevado a una súbita subida de las temperaturas globales, mayores a la media histórica por año.

Vandana Shiva, María Mies, y otras académicas feministas llevan décadas denunciando que la destrucción de los territorios es violencia de género. La crisis climática no es democrática. Cuando los desastres o las multinacionales arrasan con las comunidades, son las mujeres y su descendencia las que se quedan a crear redes de apoyo y supervivencia. Cuando se privatiza el agua, quienes pagan el precio son las mujeres pobres. EUA ya lo había experimentado de forma masiva: cuando el huracán Katrina golpeó Nueva Orleans, el 80% de los atrapados en la ciudad eran mujeres afroamericanas pobres. En México, la urbanización salvaje de megaproyectos inmobiliarios ha dejado a miles de familias viviendo en asentamientos irregulares o corruptamente realizados, y son las primeras afectadas por las anegaciones.
Los gobiernos activan protocolos de emergencia, pero sin enfoque de género. El ecofeminismo reclama: refugios climáticos accesibles, justicia hídrica y sistemas comunitarios de agua, renta básica para cuidadoras, ciudades con menos autos y más espacios verdes. Mientras los líderes mundiales debaten la reducción de CO₂ en salones con aire acondicionado, millones de mujeres ya están trabajando para frenar el desastre. En las soluciones ecofeministas no basta con adaptarse, hay que transformar. Aquí sobresalen proyectos como los huertos verdes comunitarios en Barcelona Mans al verd, las ollas de agua de las Escuelas de Lluvia en México y las cooperativas agrícolas o turísticas manejadas por mujeres en el sur de México y Centroamérica.
La crisis climática es política y patriarcal. Las olas de calor en Europa y las inundaciones en México no son “mala suerte”: son el resultado de un sistema que privilegia el lucro sobre la vida. El ecofeminismo nos recuerda que no hay justicia climática si no pensamos en soluciones desde un enfoque de género, porque son las mujeres —especialmente las pobres, niñas e indígenas— quienes sostienen las redes de supervivencia cuando todo colapsa. El futuro no será habitable si no es justo.
