Alejandro Angulo
No todos tienen clara la importancia de la biodiversidad en nuestras vidas. Para muchos, se reduce a tener más plantas o árboles cerca. Pero mientras seguimos plantando lo que nos parece bonito o está de moda—como ficus o jacarandas en San Miguel—sin considerar su origen, fomentamos sin querer la homogeneización biológica: la tendencia a repetir las mismas especies, muchas veces exóticas, en todos los entornos.
Este fenómeno, impulsado por la globalización y la agricultura intensiva, amenaza tanto la diversidad biológica como la cultural, afectando la resiliencia de ecosistemas y comunidades frente a crisis ambientales.

¿Por qué es un problema?
Pérdida de biodiversidad: Menos variedad de especies y relaciones entre ellas.
• Menor resiliencia: Ecosistemas diversos resisten mejor plagas, sequías o enfermedades.
• Degradación de hábitats: Agricultura y urbanización destruyen ecosistemas naturales.
• Impacto en servicios ecosistémicos: Polinización, producción de oxígeno, captura de CO₂ y purificación del agua se ven comprometidos.
• Pérdida cultural: También desaparecen saberes locales, tradiciones, y alimentos ligados a plantas nativas.
Además, la homogeneización afecta el componente funcional de los ecosistemas: es decir, los roles que cada especie cumple y cómo interactúan entre sí y con su entorno, influyendo en el flujo de agua, energía y nutrientes.
¿Qué hacer?
Para planear estrategias de conservación efectivas, debemos entender cómo avanza la homogeneización a distintas escalas y cómo se cruza con la destrucción de hábitats y el cambio climático. Especialmente en áreas prioritarias como San Miguel, urge preguntarnos si nuestros ecosistemas locales son más o menos vulnerables a este proceso.
La recomendación es clara: cuando plantemos, prioricemos diversidad de especies nativas. Solo así evitaremos replicar los mismos errores y protegeremos la base misma de la vida.