Ficción > Todo gira y arde.

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Isaí Moreno

Giraba la ruleta. Números blancos entre casillas rojo y negro giraban. Giraba el mundo en su isocronía maravillosa y giraban los ojos de ellos de manera oblicua, siguiendo los movimientos de la bola. Números en rotación, del cero al treinta y seis. 

Esta vez le pegaremos, dijo el primero, tú entiendes de matemáticas, yo de dinero. Por eso te digo que paremos, respondió el otro. El mundo giraba. Giraban (aún) las ruedas de dos vehículos que se aproximaban al Casino Royale. Seguía girando la ruleta, largo tiempo y más de lo esperado. Tú que todo lo sabes, ¿cómo es eso de la probabilidad? En la ruleta americana, de treinta y siete en uno, para el número que pediste y para cualquier otro. Está bueno, dijo el primero, ¿y cuál pedí? El veintinueve, creo…

Así discutían, y el mundo seguía girando. Ah cabrón, ¿pero no es de treinta y seis en uno la probabilidad esa? Te olvidas del cero, aclaró el segundo, gracias al cero la casa gana más que todos. Giraba el universo. Giraban las manecillas del reloj. Oye, me parece que apostamos a dos números. Ya no recuerdo. ¿No eran el dos y el nueve? Habían bebido en demasía, por eso también giraban sus conciencias, una más que la del otro. A ver, si fueron dos números a los que apostaste entonces la probabilidad es de diecisiete en uno. ¿Cómo hiciste eso? Probabilidad simple, de todos modos la casa siempre gana. Más vale que no, apostamos mucho por un chingo más. Mientras indagaban, se escuchó el ruiderío en la entrada, seguido de tiros. Una granada. Bombas molotov. Mira, dijo el primero tras beber un sorbo de bourbon, ya empiezan a detenerse los giros. Así lo hacía la ruleta: casi con primor, casi parsimoniosa. Entonces el giro en sus cabezas se hizo más lento, y el del tiempo, pero no lo percibieron. 

Bisbiseaba el soporte cilíndrico con suavidad y la bola se depositó en un número. Casi detenida la ruleta, aumentó el tumulto. ¡Fuegoooooo!, gritó alguien. Pero ellos bendijeron al mundo y agradecieron y lloraron, sin darse cuenta de que también tosían a causa del humo, con la mirada incrédula en el último tramo de giro del mundo, en casillas de rojo y negro, y la bola estática justo en el número veintinueve. El casino ardía.

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