Retrospectiva > La guerra contra la verdad

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Por Rodrigo Díaz Guerrero

No es nuevo para nadie que los medios de comunicación muchas veces esgrimen sus plumas más afiladas al servicio del mejor postor, sobre todo cuando se trata de sus intrincadas relaciones con la política. Inclinar la balanza de la opinión pública es una de las prácticas más poderosas del neoliberalismo; y en esta entrega de “Retrospectiva”, recordamos algunas de las más lamentables. 

En 1898, tras varias décadas de fricción entre España y Estados Unidos, finalmente se declara la guerra “hispanoamericana”. La pólvora estaba esparcida: EE. UU., cobijados por la doctrina Monroe, había manifestado nuevas avanzadas expansionistas, oportunamente tras la independencia de muchos países de Latinoamérica y el Caribe; y espoleados, claro, por intereses económicos, sobre todo en Cuba. 

El 15 de febrero de 1898, el acorazado estadounidense USS Maine, explotó en el puerto de La Habana, resultando en la muerte de 260 marineros. Aunque la causa exacta de la explosión sigue siendo debatida, la prensa amarillista de periódicos como el “New York Journal” de William Randolph Hearst y el “New York World” de Joseph Pulitzer —que competían por la circulación con titulares llamativos— aprovecharon el incidente para inflamar a la opinión pública para presionar al gobierno de William McKinley, a declarar la guerra a España en abril de 1898. España, como se sabe, fue derrotada y perdió sus colonias, incluyendo Cuba, Puerto Rico y Filipinas. 

Muchos años más tarde, la cobertura del New York Times sobre las armas de destrucción masiva (ADM) en Irak durante el período previo a la invasión de 2003, fue muy controvertida —en particular, los artículos de la periodista Judith Miller, a menudo basados en fuentes anónimas— contribuyendo a que la percepción pública, viese en Irak una amenaza inminente, lo que justificó en gran medida la invasión por parte de la administración Bush.

Una vez concluida la llamada “Segunda guerra del Golfo Pérsico”, cuando no se encontraron ADM, la credibilidad de los artículos de Miller fue severamente cuestionada, y el New York Times se vio obligado a publicar una disculpa al lector en 2004, reconociendo que su cobertura había sido defectuosa. Varias ciudades fueron devastadas y muchas vidas se habían perdido para entonces.   

Pero para no irnos a lejanas latitudes, podemos recordar también que México no ha estado salvo de estas prácticas. En el contexto histórico en torno a la expropiación petrolera de 1938, las evidentes tensiones entre el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas y las compañías petroleras extranjeras —principalmente estadounidenses y británicas— detonaron los medios de comunicación, incluidos el New York Times y el Washington Post, con una agresiva campaña (patrocinada por las grandes petroleras, desde luego, pues ya imaginamos los intereses que estaban sobre la mesa) repleta de incisivos artículos que criticaban la decisión del gobierno de nuestro país, publicaciones con información sesgada —información que muchas veces provenía de las propias compañías expropiadas, como Standard Oil— y hasta con acusaciones que aseguraban su estrecha relación con el Nazismo de Hitler; todo ello para generar un ambiente confuso y promover la percepción de que era fundamental la intervención de Estados Unidos para revertir la expropiación, o bien, para obligar a México a pagar cantidades estratosféricas como compensación por las propiedades confiscadas.

En particular, el corresponsal de New York Times, Frank L. Kluckhohn, destacó por su antipatía hacia el presidente Cárdenas, llegando a decirle “indio incapaz de conducir una democracia”; en sus artículos aseguraba (sin evidencia) que los trabajadores mexicanos de la industria petrolera estaban en contra de la expropiación, promovía la idea de que el gobierno de Cárdenas estaba instaurando un régimen fascista, entre otras. Lo que ameritó que, posteriormente, fuera expulsado del país. 

Afortunadamente, con el fuerte apoyo de la base social, el gobierno de Lázaro Cárdenas se impuso sobre los intereses del capital extranjero, y se atendió de fondo las demandas de los obreros de la industria petrolera, protegiendo la soberanía nacional. 

Más recientemente, el pasado 29 de diciembre de 2024, las periodistas Natalie Kitroeff y Paulina Villegas, publicaron para New York Times un artículo titulado “Así es un laboratorio de fentanilo del Cártel de Sinaloa”, en el que visitaron un supuesto laboratorio improvisado de fentanilo en el centro de Culiacán, donde presenciaron cómo un par de sujetos preparaban la droga sin más protección que un cubrebocas quirúrgico y una máscara de tela; en un cocina con materiales y utensilios improvisados, al puro estilo de Breaking Bad. Cabe mencionar que la publicación de dicho artículo se hace en el marco de las declaraciones del, hasta entonces, presidente electo Donal Trump, respecto a catalogar a los Cárteles como grupos terroristas y lo que ello significa: el pretexto unilateral para la posible intervención en tierras mexicanas. Por ello la presidenta Claudia Sheinbaum respondió de inmediato, poniendo en duda, en su conferencia matutina, la veracidad del artículo publicado. En su conferencia, la presidente invitó a expertos científicos, quienes explicaron las inconsistencias del reportaje. “No se observó, o mencionan, los principales precursores químicos para sintetizar el fentanilo; no se observa el uso de equipo de protección personal mínimo requerido para evitar intoxicación por los gases tóxicos desprendidos durante la reacción de síntesis”, explicó, entre otras cosas, la teniente Juana Peñaloza, experta química analista de precursores de la Secretaría de Marina de México. 

Declaraciones van y declaraciones vienen, y la verdad seguirá amenazada por los poderes fácticos, políticos y económicos. Justo ahora mismo, en el contexto de Medio Oriente, podemos ver argumentos variopintos justificando agresiones en vistas de ataques preventivos: contradicciones a las que tristemente nos estamos acostumbrando. Y si en el pasado, la mala prensa era de las pocas herramientas para la desinformación, podemos sopesar las amenazas que representan, en esta guerra contra la verdad, las nuevas tecnologías como los bots o la inteligencia artificial. 

Aquí, como en cualquier guerra, la población es la que pierde. No nos queda más que armarnos desde nuestra trinchera con el pensamiento crítico que más podamos reunir, y no olvidar que, como dijo Noam Chomsky, los medios son un poderoso instrumento de control social, que sirven para mantener el status quo y proteger los intereses de las élites.

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